Melisa López: «La desigualdad tiene como principal y preocupante consecuencia la violencia de género»

Anaïs Ordóñez
Melisa López es una mujer de 35 años especialista en violencia de género y materias de igualdad. Fue desde bien joven cuando descubrió su necesidad de indagar en aquellas historias que tenían como protagonistas a mujeres fuertes; mujeres valientes; mujeres que compartían penas, como el asesinato de sus maridos durante la Guerra Civil, o de las que compartían alegrías; mujeres encarceladas y torturadas por defender la libertad y la democracia; en definitiva, mujeres que luchaban por sus derechos. Por todas ellas Melisa decidió licenciarse en Historia en la Universidad de Valencia. Más tarde, se especializó en el Máster de Género y Políticas de Igualdad. Tras asistir a muchos seminarios, charlas, cursos, y leer otras tantas guías y libros, inició un proyecto empresarial junto a otras personas especializadas en género, llamado Sinergias Intervención Social.
Recientemente ha publicado su primer libro, Niña Invisible, en el que narra la historia de una niña víctima de violencia doméstica, una experiencia basada en su propia historia. El objetivo del libro no es otro que poner nombre a todas aquellas víctimas que todavía permanecen invisibles, al igual que lo estuvo ella durante muchos años. A día de hoy, Melisa forma a jóvenes y adolescentes a partir de talleres coeducativos, en los que trata de concienciar a la sociedad sobre la lacra que supone la violencia de género. Convencida de que vivimos en una sociedad machista, la incansable Melisa continúa luchando por su objetivo principal: conseguir una sociedad igualitaria.

¿Qué entiendes por violencia de género?
La violencia de género es una consecuencia de las sociedades patriarcales, que son aquellas en las que el sistema de organización social, los puestos claves de poder en los diferentes espacios (económico, político, religioso, militar...) están ocupados casi en exclusiva por hombres. En ese sistema se devalúa y subordina a las mujeres: sus roles, sus hábitos, sus entornos, sus inquietudes... y el hombre aparece como el paradigma de lo humano.
Por otra parte, es la consecuencia de entender el amor bajo la premisa del Mito del Amor Romántico en el que los hombres, en las relaciones de pareja, tienen unos roles asignados y las mujeres otros. La violencia de género es, por tanto, una violencia machista que se ejerce en el seno de las relaciones de pareja desiguales, que se ejerce y se asume en nombre del amor y que se puede mostrar de diferentes formas: mediante la violencia psicológica, violencia sexual, violencia física o violencia económica.
Cuando hablamos de violencia de género, ¿hablamos de mujeres o de hombres?
Cuando hablamos del término violencia de género estamos refiriéndonos exclusivamente a aquella violencia que se ejerce en el seno de las relaciones de pareja o ex parejas heterosexuales, y que es ejercida por los hombres en base a este sistema estructural en el que las mujeres no tienen el mismo valor que los hombres. Para analizar la violencia, su utilización y su reacción ante ella, tenemos que distinguir si tiene capacidad de generar amenaza y riesgo para la víctima.
En un estudio realizado por Dibble y Straus, se demostró que los hombres que eran violentados por sus parejas mujeres no se sentían amenazados ni en riesgo ante la violencia de éstas, incluso cuando estas portaban un arma de fuego. Sin embargo, ellas sí se sentían amenazas por los hombres cuando había violencia en la relación, sin necesidad de ningún arma o instrumento. Las cifras confirman estos temores: si analizamos los datos del Consejo General del Poder Judicial sobre las sentencias de homicidios por violencia de género, el 33.5% de las mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas ha sido directamente con las manos. Cada año cerramos en España, con una media de 60 asesinatos por violencia de género, es de decir, de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas.
¿Cuál crees que es la principal causa que motiva este tipo de conductas violentas en las relaciones?
Las causas debemos buscarlas en el sistema, que construye a seres diferenciados en base a su género desde la más tierna infancia. Mientras esto no deje de suceder encontraremos relaciones de pareja desiguales en base al género. Por otra parte, la forma en la que entendemos el amor está basada en submitos peligrosos como es el control, los celos, la omnipotencia del amor, la exclusividad de la pareja, la idea de la media naranja o el vivir las rupturas como fracasos.
¿Este tipo de conductas son un obstáculo para la igualdad de derechos de las mujeres?
No es que la violencia de género afecte a la igualdad, sino que es más bien al revés: la desigualdad tiene como principal y preocupante consecuencia la violencia de género. Como te decía, las mujeres no aparecemos en los puestos claves de poder. Si hablamos de cifras la realidad es estremecedora: no ha habido todavía ninguna presidenta de gobierno en España, (en el resto del mundo, de 194 países solo 19 han sido gobernados por mujeres). Además, en nuestro país tan sólo un 9% de mujeres presiden los consejos de administración del Ibex 35.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), de 815 millones de personas que pasan hambre en el mundo, sólo el 8% son hombres, el 36% niñas y niños y el 56% son mujeres. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) la brecha salarial se sitúa en el 26%; las mujeres tienen peores puestos incluso con mejores currículums, mayor nivel educativo-académico y mayor antigüedad. Las excedencias o las reducciones de jornadas para cuidar a personas dependientes o menores las asumimos nosotras todavía, mayoritariamente.
Estas son algunas cifras, pero si hablamos de las cifras de violencias es todavía más terrorífico, ya que el problema no solo es jurídico, sino que también reside en la mente. Un 30% de los jóvenes cree todavía en expresiones como «si una mujer es golpeada por su pareja algo habrá hecho».
Las diferencias de género se perpetúan en el día a día: desde la literatura, a la ropa que compramos. Esto lo podemos ver en la campaña del año pasado de Zara, cuando sacó a la venta unos bodis para bebés que tuvo que retirar; en ellos decía: bonita como mamá (color rosa, que el consumidor vincula con las niñas) e inteligente como papá (en el caso de los azules).
Hoy en día; ¿vivimos en una sociedad machista?
Sin duda. Sólo hay que poner la televisión o ir al cine y observar qué estereotipos de género se siguen perpetuando, o analizar las canciones que mayoritariamente escuchamos, o los cuentos que leemos a las niñas y niños. Podemos también ver qué tipos de chistes nos envían en los famosos grupos de Whats App, que suelen ser sexistas o resaltan un tipo de empoderamiento femenino equivocado; aquel en el que las mujeres acabamos asumiendo la carga de todo (lo del ámbito familiar y lo del ámbito público) con una grata sonrisa a fuerza de ser súper woman. Esta figura queda lejos de liberarnos de algo, sino que nos acerca a una esclavitud mayor.
Interpretamos la violencia de género como una lacra social; sin embargo, por sus magnitudes, parece no cesar. ¿Crees que son suficientes las medidas vigentes que tratan de garantizar la paridad entre ambos sexos?
Claramente no son suficientes. La Ley Integral de Protección de Víctimas de Violencia de Género de 2004 ha sido clave para marcar un antes y un después, y entender que la violencia de género es un problema social, es algo público, y no privado. Pero es insuficiente. Si no se cumple con la legalidad, si se eliminan recursos, si los profesionales que la tienen que poner en práctica no reciben la formación oportuna (jueces y juezas, abogados/as de oficio, cuerpos de seguridad del estado, personal de atención primaria de los centros de salud, profesorado, medios de comunicación...) no será efectiva.
Nos preguntamos a veces qué pasará por la cabeza de una mujer que ha sido asesinada por violencia de género en el momento en que decide retirar una denuncia, o ni siquiera llegar a tramitarla, en lugar de cuestionarnos por esa violencia institucional, aquella que parte de la no información de las/los profesionales sobre el complejo proceso psicológico que experimenta la víctima. Con frecuencia son ninguneadas, culpabilizadas o poco protegidas cuando han dado el tremendo paso de pedir ayuda.
En cuanto al famoso lema «No estás sola» que siempre lanza el ministerio en sus campañas, es algo falso. Es mentira. Si no están solas es sólo gracias a un activismo social de otras muchas mujeres, y algunos hombres, que trabajan cada día en asociaciones, fundaciones o reivindicaciones varias en sus respectivos ámbitos profesionales para que haya igualdad. La sensación mayoritaria de las víctimas de violencia de género, al entrar en el proceso de denuncia, es sobre todo de maltrato institucional y de una tremenda soledad. Y esto tiene que ver con las mentalidades y no tanto con la ley, aunque esta sea mejorable.
¿Qué otras políticas de género crees que deberían estudiarse para minimizar este fenómeno?
Bajo mi punto de vista, considero que es un problema educacional Somos construidos desde la infancia como géneros diferentes con un valor distinto; por un lado, un ámbito prestigioso que es el masculino (súper héroes, por ejemplo) y otro que no lo es tanto, que es el femenino (princesas pacientes, dulces y delicadas, entregadas al amor y a cubrir las expectativas de las demás personas que les rodean: seres para otros). Por tanto, la televisión, la literatura, las familias, las escuelas deberían empezar a revisar qué contenidos y mensajes lanzamos a nuestras niñas y niños sobre la igualdad, explícita e implícitamente. Una posible solución sería mayor formación en todos los ámbitos, sobre todo de aquellos/as profesionales que trabajan con menores o cuyos productos están orientados al consumo de menores.
En tu caso, impartes cursos sobre prevención de violencia doméstica en institutos, colegios, fundaciones, etc. A partir de tu experiencia, ¿crees que la sociedad está lo suficientemente concienciada de la magnitud del problema?
No. Sólo hace falta tomar unas cañas con unos amigos para comprobar cómo los chistes machistas o que perpetúan roles de género siguen estando presentes. La cosificación de los cuerpos de las mujeres, o el discurso heteronormativo por excelencia, se muestra en el día a día en bromas sobre transexuales, gays, lesbianas y/o mujeres por el hecho de serlo. En las familias puede que, en el día a día, haya un reparto algo equitativo (digo algo porque las cifras están ahí y somos nosotras quienes nos seguimos pidiendo días libres para ir al pediatra o para ir a la reunión con la tutora de nuestras/os niñas/os), pero es un espejismo de igualdad: cuando hay una comida en familia, quiénes se encargan de la compra, de la cocina, de los preparativos, etc, siguen siendo ellas.
El ejemplo es muy evidente en una juguetería, en la que se aprecian dos pasillos diferenciados; uno es completamente rosa y violeta y los otros de múltiples colores. Por su parte, las niñas ya saben a cuál deben ir. En este pasillo encontramos juguetes relacionados con la crianza, con los cuidados a los otros, con la limpieza o con la belleza. Eso es lo que estamos construyendo a nivel identitario de género. Si en verano vamos a comprar un bikini a una niña de 4 años vamos a comprobar que hay ya muchas tiendas en las que los venden con relleno para el pecho, una hiper sexualización y erotización de la infancia. Mientras no veamos esto no estamos entendiendo la magnitud del problema.
Por otra parte, en los centros educativos encontramos a gente muy sensibilizada que aplica la igualad de forma transversal en su docencia, pero la mayoría no lo están, dado que estamos educadas/os en una sociedad sexista en la que una profesión no hace que estés exenta de tu cultura. Los profesionales sensibilizados son los que se apuntan a los cursos formativos de igualdad y esto, que es por ley, no debería depender de la sensibilidad del profesorado, sino que debería realizarse de forma obligada, cumpliendo así con la Ley que implica la coeducación como parte del proceso formativo.
Las realidades y conductas machistas que planteas, ¿se ven también reflejadas entre los adolescentes?
Claro. La desigualdad es algo que va con la educación. En cambio, se deja de prestar atención a la coeducación de las familias, restando importancia al tema. No somos conscientes de que, mientras dejamos pasar estas conductas en casa sin educar a nuestros hijos, otros agentes están enviando mensajes implícitos a nuestros hijos constantemente, quienes acaban interiorizándolos desde pequeños. Así, se van construyendo como hombres y como mujeres, a partir de la tele, las series que consumen, los juegos a los que juegan, el cine, los cuentos, las industrias jugueteras...
En los niveles de infantil cada día vemos cómo ya tienen asumido que niños y niñas son diferentes; que a unos les pertenecen unos juegos y unos colores muy simbólicos y a otras otros; que las niñas no se deben comportar de determinadas formas y que los niños no deben tener según que actitudes. En primaria esto se intensifica y encontramos incluso a niñas que se quejan de no poder ir a los wáteres sin ser espiadas por los chicos, o que son acorraladas en el patio porque juegan a tocarles el culo.
Recuerdo una vez que un niño me dijo que, al salir del cole, había quedado con unas compañeras de clase en casa de una de ellas. Cuando el niño pasó por allí, y ya se iban a dar una vuelta todas con él, el padre de una de las niñas le dijo: "cuídamelas". Él no entendía por qué tenía que cuidarlas si ellas eran cinco.
Con esto lo que quiero decir es que transmitimos mensajes perpetuando la desigualdad, y quizás no lo hacemos intencionadamente, pero están ahí, y ellas y ellos asimilan conductas, creencias y percepciones en base a lo que les transmitimos. Si no educamos, si no penalizamos estas conductas, no podemos esperar que lleguen a la adolescencia siendo igualitarios, es algo impensable
¿Crees que las nuevas sociedades de la información y el uso excesivo de redes sociales potencian estas conductas en las generaciones más jóvenes?
Las redes sociales son una herramienta de comunicación más. Alguien no es machista por tener Instagram o por tener Whats Ap. En cambio, si es cierto que quien lo es tienen ahora cuenta con otras herramientas para ejercer ese machismo y esa violencia. Se trata de limpiar la base social porque las redes son formas y nuevos códigos de comunicación, pero no son el origen del machismo.
¿Y los medios de comunicación; contribuyen a ello a través de malas prácticas?
Los medios de comunicación también contribuyen, como otro agente más. Como decía, hemos sido educadas/os en una sociedad patriarcal, y esto es independiente de nuestra formación académica y profesión, a no ser que ésta implique formación en igualdad. Las noticias sobre violencia de género no suelen utilizar a veces ni la terminología apropiada, suelen culpabilizar a la víctima o hablar de "crímenes pasionales o por amor" todavía o de locura. Alguien que mata por violencia de género no está loco, es machista. Encontramos noticias en las que se recalcan detalles como que ella retiró la denuncia o que ella nunca denunció, sin atender a la complejidad del proceso emocional o a la violencia institucional de la que antes hablábamos.
El otro día en un informativo daban una noticia sobre pederastia; en ella se decía que el 99% de los casos son ejercidos por hombres. Cuando hablaron de los motivos fueron tremendamente irresponsables y desinformaron a la población, perpetuando la desigualdad en base a un determinismo biológico que está más que demostrado, a través de muchísimos estudios, que no es cierto. Apuntaban que el motivo por el que las mujeres no abusan de menores es por su instinto maternal. Lo que así se consigue es restar culpabilidad al culpable, es algo así como justificar por una causa natural ese comportamiento. Esto es un ejemplo de muy mala práctica periodística, pero también de una irresponsabilidad ética tremenda.
Recientemente has publicado tu primer libro Niña Invisible en el que la protagonista sufre violencia psicológica en casa. Según tu propia experiencia, dado que la historia se basa en ella, ¿es fácil reconocer conductas violentas o, por lo contrario, tiendes a normalizarlas al darse de forma habitual?
La violencia psicológica es la antesala de todas las demás, que pueden darse o no en el proceso de la violencia de género. Y es, a la vez, la más difícil de demostrar. La mayor perversidad es que la víctima se siente muy culpable, y cuando alguien se siente culpable cree que merece ser castigada; no hay lugar para la reacción, te rindes a tu destino. Debemos cambiar la culpa por responsabilidad y saber discernir de qué somos y de qué no somos responsables.
Ésta es la clave de la recuperación. Pero para ello, hay que detectarla primero y esto solo sucede si tiene nombre; si pensamos que es algo habitual, que nos genera un malestar pero que no conseguimos situar, seguirá ocurriendo. Yo hasta que no me especialicé en violencia de género fui incapaz de poner nombre a lo que habíamos vivido en casa porque suena grande y suena mal y a nadie nos gusta ser violentados. Pero, a partir de nombrar, eres capaz de saber el origen de tus límites, de tus miedos, de tus rabias... y empieza, como te decía, la recuperación.
¿Crees que son muchas las mujeres que, todavía, permanecen invisibles?
Sí. Nunca vamos a saber las cifras reales de víctimas de violencia de género, que son las mujeres y las/los menores que conviven con ella. Sólo tenemos cifras de denuncias y asesinatos, pero no de aquellas que lo naturalizan y no la detectan, de quienes la justifican, de quienes somatizan enfermedades por esta causa... Todas ellas también son víctimas.
Han sido muchos los logros, pero, ¿cuál consideras que es la gran tarea pendiente que tiene la sociedad para, al fin, alcanzar la igualdad?
La gran tarea pendiente es entender cuál es el origen. Pensamos en la violencia de género como esa mujer con hijos y un ojo morado que sale de casa a las tres de la mañana porque su marido, un violento a todas luces, le grita y trata fatal delante de todo el mundo. Esto no es lo más habitual, aunque por desgracia todavía se da. Si no entendemos que el origen de la violencia de género es la desigualdad entre mujeres y hombres, y que se empieza por educar igual, sin matices, desde la infancia, seguiremos reproduciendo patrones sexistas que tendrán como consecuencia la violencia de género al llegar a las relaciones afectivo-sexuales.
Otra tarea pendiente es la de la formación a profesionales que trabajan con menores o que tienen que establecer contacto con las mujeres que han sufrido violencia de género. La última que diría, que es importantísima, es la de prestar mucha atención a las señales cuando iniciamos relaciones de pareja. Si alguien te quiere no te chantajea para que tengas sexo con él en nombre de cuánto os amáis, ni se pone celoso porque otras personas te quieran y desees compartir tiempos y espacios con amistades y familia, ni controla tus tiempos, tu ropa... no te quiere cambiar porque te quiere y te quiere libre.


