Pequeños monstruos

Alba Calvo

Llega septiembre y comienza el nuevo curso escolar. Los medios se llenan de imágenes de niños felices por la vuelta al cole, estrenando mochilas, emocionados porque "pasan al curso de los mayores" y vuelven a ver a todos sus amigos. Y así se muestra, las pantallas de las televisiones reflejan estas imágenes, pequeños sonrientes que miran con desparpajo a la cámara y sueltan sin ningún reparo frases que en muchos casos servirán de titular para la noticia.
Inevitablemente todos nos acordamos de nuestra infancia al ver a esos niños inocentes y deseamos volver a ese punto; no crecer nunca y que no tener responsabilidades ni preocupaciones, el síndrome de Peter Pan que en algún momento nos afecta a todos. Volver a ser un niño, porque ya se sabe los niños siempre dicen la verdad y actúan sin maldad. Y así con esta idílica escena en la memoria seguimos con nuestras ajetreadas vidas, con buen sabor de boca y pensando en las sonrisas de sus caras, en esa alegría que desprenden.
En cambio, unos días después vuelve a renacer una realidad que por momentos creímos o quisimos creer extinguida y que por desgracia cada día es más habitual. Un niño acaba con su vida y confiesa que no puede superar el acoso al que se le estaba sometiendo en el colegio. Y así, como si nos arrojasen un jarro de agua fría, volvemos al mundo real. Nadie lo imaginaba, eran cosas de críos, tan solo eran bromas... excusas en las que se justifican las personas que actuaron de manera pasiva ante esta situación.
Y como este cada vez más casos, más niños que viven un infierno dentro del paraíso que se representa. Que son vejados, atacados, insultados a diario. Que ya no solo tienen terror en la escuela, sino que este se expande de manera incontrolable por las redes sociales. ¿Y cuál es su delito? Tal vez que esta más gordito, que es más bajo que el resto o como en el caso del anterior chico que en vez de querer tener "una novia del cole" le gustaría tener un novio.
Y en ese preciso instante vuelve a nuestra cabeza nuestra infancia; los motes, las risas y los empujones hacia ese compañero que solo iba con chicas, unidos a insulto cuando caminaba por los pasillos. Fantasmas del pasado que creíamos muertos en la actualidad y reviven en unos segundos.
Entonces comienzan las preguntas; ¿Qué estamos haciendo mal? En teoría vivimos en una sociedad libre, donde se respeta la orientación sexual de cada persona, donde se nos llena la boca hablado de valores como la igualdad, la tolerancia o el respeto. Las escuelas intentan enseñar todos estos valores en los más pequeños entonces ¿Donde está el problema?
Instantáneamente recuerdas todas las veces que has oído ese tipo de comentarios, en una reunión de amigos, en una conversación ajena en el metro, en un partido de fútbol... y ese insulto que ya escuchabas en tu infancia vuelve a aparecer en tu presente. En tu vida cotidiana, en la boca de los que de niños lo dijeron y lo repiten siendo padres.
Porque todos nos consideremos muy tolerantes pero seguimos apuntando a nuestros hijos a fútbol y a nuestras hijas a ballet, seguimos regalando balones y muñecas. Y por desgracia, aún vemos a nuestras hijas como preciosas princesas y a nuestros hijos como pequeños hombrecitos, que algún día se harán fuertes y valientes. Cómo no va a ser así si nosotros mismos nos hemos encargado de ello, les hemos enseñado que estas actitudes son las correctas, las "normales". Estamos creando a pequeños monstruos sin ni siquiera ser consientes de ello.
Así que pese a que las cifras de víctimas de bullying siguen en aumento, a que cada día hay más niños que se suicidan, nosotros seguimos reproduciendo la bonita estampa de niños felices de todos los años y guardando los problemas en casa, como siempre, porque así es más fácil. Hasta que un día esos problemas no se pueden esconder más, saltan por la ventana y por desgracia una vida inocente va con ellos.