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A esta dependencia invito yo

Raquel Batalla   

El otro día, en una de esas conversaciones ajenas que una siempre intenta ignorar en el tren, escuché decir a una joven de unos 20 años: «Es que si a mí un hombre no me invita a cenar en la primera cita, no es un hombre como dios manda». No sé si lo que más me sorprendió fue ver unas ideas tan casposas en una chica tan joven, o que hubiera metido a Dios en esto. Lo cierto es que todas alguna vez hemos escuchado ese maravilloso mantra: él paga, él conduce, él te lleva al cine, él te invita a, él, él y él.

A día de hoy, todavía muchas personas continúan creyendo que esto es algo positivo, incluso, beneficioso para la mujer. Nada más lejos de la realidad. Si siempre estamos dependiendo de una persona para hacer ciertas cosas, es posible que acabemos necesitándola hasta para ir a comprar el pan.

Esta es una de las pequeñas herencias que nos ha dejado esta sociedad tradicionalmente machista, donde la mujer dependía económicamente de su marido, ampliándose esta dependencia a todos los aspectos de su vida. ¿Por qué aún se sigue viendo extraño que una mujer decida invitar a su chico? ¿Por qué aún hay hombres que se niegan a aceptar este gesto por vergüenza? ¿Tan débil es su virilidad que no son capaces de ver a su mujer encabezando una situación tan cotidiana?

Y no nos nos engañemos, la culpa no es de Disney (que también). A estas alturas, eso de “comportarse como una señorita” o un “caballero” debería estar más que superado. Ni los hombres son máquinas de sacar dinero, inhumanos y con una piedra en el pecho izquierdo, ni las mujeres somos una especie de lapa, que solo quiere formar una familia y mucho mucho amor.

Tan solo cuestionando estas ideas preestablecidas conseguiremos cambiar poco a poco la sociedad. Eso, y recordando a nuestros hijos que La Sirenita no es más que un cuento, y que después de la película, ella tuvo que volver a su puesto de trabajo como directora en una gran multinacional, o qué sé yo.

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