Sin casa, sin derechos

Anaïs Ordóñez
Dicta el refrán que como en casa no se está en ningún sitio; quizás debería adaptarse a los muchos que se encuentran sin casa, en cualquier rincón. Bien es cierto que tener un lugar para poder vivir es un derecho vital que recoge la Constitución Española. En cambio, la realidad se vuelve un sinsentido cuando vemos pisos vacíos y familias en las calles, demostrando que no hay ley que valga cuando el destino de muchos se deja en manos de unos pocos sin compromiso.
Tras años de crecimiento -y enriquecimiento para muchos-, el infortunio de una de las crisis más sangrientas que actualmente golpea a la población hace peligrar algo tan básico como es el poder vivir. En esta ocasión, es una mujer de 88 años la que ha sido privada del derecho a su vivienda en Granollers (Barcelona). El motivo del desalojo es el impago de un recibo de basura del año 2011, por un importe de 106 euros. Mientras la Policía Local y una agencia de mudanzas desmontaban el mobiliario de la vivienda, la anciana indefensa estaba siendo asistida por el personal médico.
Con este caso vemos, una vez más, el retorcido e interesado uso que hacen de las leyes quienes, con su demagogia barata, perjudican a los desamparados; no existirán años para ver cómo alguno de ellos, de los que brindan con Moet en sus cómodos sillones y desde sus oficinas, atraviesan alguna situación similar.
Existen distancias abismales entre los que se codean de mansiones y el mejor caviar, frente a otros que apenas cuentan con un techo que los sostenga; existe una poderosa pirámide de la economía en la que, quienes ocupan el último lugar, son los encargados de pagar los platos rotos -y algún que otro capricho- de la jet set.
A penas han pasado tres días del desalojo y, a pesar del revuelo que se generó en el municipio barcelonés, ya todo vuelve a la normalidad; la sociedad permanece impasible en la antesala de una lucha invisible. La anciana, en cambio, continuará llorando y esperando a que un milagro la salve, pues las autoridades no lo harán. Así, la sociedad seguirá viviendo; mientras, los desahuciados, malviviendo en sus casas de cartón improvisadas.
