Claro que sí, guapi

Neus Rufino Isach
Lo confieso: me he sucumbido al anuncio Chicfy, la app de ropa de la que todo el mundo habla. Sí, y no me da vergüenza decirlo. La canción del spot se ha penetrado en mi cabeza –e incluso en mi cuerpo- como si de un hit del verano se tratase. Quizá detrás de todo este fenómeno paranormal esté Georgie Dann o la misma Raffaella Carrà para aplicar la pócima de la melodía pegadiza. Ya saben, esas canciones que te persiguen de día y de noche. Un tarareo constante penetrado a consciencia en tu mente.
El chic para mí, chic para ti no suena únicamente cuando encendemos la televisión, sino que va más allá hasta llegar a ser enfermizo. Las redes sociales están impregnadas de secuencias de la grabación del anuncio, Spotify ofrece la versión completa de la melodía y, por último, siempre habrá alguien a tu alrededor que rememore el célebre claro que sí, guapi. El contagio es rápido, ya que el contenido se viraliza desde el primer minuto. La clave del éxito: el boca a boca y una canción simple, repetitiva y con ritmo.
Los spots de Mixta o el famoso Lo tengo todo, papi de la extinguida red social Tuenti son claros ejemplos de que esta fórmula funciona. ¡Y tanto que funciona! El éxito chic sigue esta dinámica y lo demuestra, llegando a superarlos en número de seguidores de la campaña. Los más pequeños de la casa también conocen la canción e intentan imitar el baile, al más puro estilo twerking, de la protagonista del spot. Espera, ¿Has dicho twerking? Stop. Se abre el debate.
No es nada nuevo para nosotros que la publicidad busque causar impacto para que se hable de su producto. Tampoco lo es que la forma de hacerlo sea combinar la figura femenina con el erotismo. En el anuncio Chicfy vemos también repetidos estos dos factores, aunque pueden tener dos lecturas dependiendo de cómo se mire. Por un lado, la cosificación de la mujer y el flaco favor que se le hace al género y, por el otro, la búsqueda de la diferenciación de un producto a través del humor. Sí. Como oyen, el humor también tiene cabida.
El revuelo del anuncio abre, de nuevo, la discusión acerca de cómo debe presentarse la publicidad a los consumidores. Captar la atención haciendo uso de la ética -sí, eso que todos deberíamos tener- no está reñido. Poco a poco vemos una intención por parte de los publicistas de romper con los estereotipos y generar un contenido de mayor calidad, pero todavía queda camino por recorrer.
Nuestra memoria archiva los ‘fantásticos’ anuncios de detergentes, los catálogos diferenciados por género o la paradoja de ser el propio producto que se vende. Disfrútenlos, son el patrimonio de una sociedad arcaica y estancada en el progreso. Una sociedad cimentada en el patriarcado.
Por cada persona que apoya el spot de Chicfy, no ‘muere’ el feminismo. Es decir, no se estanca la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. Hay que ajustarnos al tono y al contexto para aclarar esta cuestión. Coral, que así es como se llama la bailarina del spot, nos muestra la cara más jocosa del twerking. Dignifica un estilo que para muchos es ordinario. Por tanto, en mi opinión, hay que desviar la atención hacia este anuncio para así centrarla en aquellos que de verdad lo merecen. Sexismo a punto de miel, nos sobra por encima de nuestras posibilidades. Claro que sí, ¡guapi!